lunes, 2 de noviembre de 2009

LAS REFORMAS PROTESTANTES

AMBIENTE DE LA REFORMA Y CONTEXTO RELIGIOSO

Adentrarnos en el siglo XVI supone indagar en gran cantidad de acontecimientos cruciales para la formación de las naciones, entre ellos destacamos la Reforma, aquel que nos llevará a trabajar a lo largo de este periodo. Teófanes nos dice que la reforma quizá sea “la revolución más decisiva y perturbadora en aquellas formaciones sociales”.

La religión en este momento tiene un papel clave en estas formaciones, pero en este caso aparecieron condicionantes sobre otras expresiones de la existencia como la sociedad, la política, la visión comunitaria de la vida y muchos más. Debemos tener en cuenta la idea que se tenía de una Cristiandad totalmente irrompible, que acabará fracasando con el surgimiento de otra Iglesia; además de otros factores relacionados con el modo de entender la vida y la religión. Los nuevos estados por lo tanto tomarán conciencia de sí mismos y se identificarán de una forma más clara con su confesión dogmática (protestante o católica).

El hecho de la Reforma fue tan “conmovedor” que afectó incluso a los comportamientos más cotidianos de los europeos, esta afirmación de Teófanes es claramente a mi modo de ver verdadera. Ahora, propongo estas preguntas ¿tuvo una repercusión directa en un campesino la victoria de Lepanto? ¿Afectó a un carpintero el coronamiento de Carlos V como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico? La respuesta es sencilla; no. Podemos decir que adentrarnos en el estudio de la Reforma es sumergirnos también en las costumbres de la sociedad y en los nuevos cambios del momento.

La ruptura de la Cristiandad estuvo claramente forzada por la acumulación de abusos que dominaban a la Iglesia de Roma, desde los laicos rurales ignorantes hasta el mismo Papa, este último identificado por muchos por el mismo Anticristo. Además la sociedad no tiene barreras entre lo natural y lo sobrenatural, toda la vida está impregnada por la religiosidad, una sociedad que depende de dos grandes señores; Dios y el Diablo, cada uno con sus respectivos ayudantes; ángeles, santos y pequeños demonios, por lo tanto la verdadera realidad de la vida ( hambre, peste y guerra; estudiados anteriormente) estaba cubierta por un mundo “aparentemente sacralizado” , aunque éste dejaba mucho que desear, ya que cada vez se separaba más de las ideas evangélicas. La alfabetización y la ignorancia de una gran parte de la población, daba un punto más a la formación cada vez más rígida de una Cristiandad única e irrompible.

¿Y cómo se conseguía esa Cristiandad única e irrompible?

Uno de los elementos característicos al ser humano es el temor a la muerte y la preocupación tras ella, ambos fuertemente aprovechados por la Iglesia; había que garantizar la salvación, más valorada que la propia vida, por medio del bautismo. El bautizo de un niño suponía:

- Ser hijo de Dios. Está clarísimo, el hijo debía obedecer a Dios Padre y se establecía una relación entre ambos.

- Pertenecer a la Iglesia. Iglesia en griego significa asamblea, es decir el niño entraba en esta institución y debía guardar el dogma. Incluso tendría que dar el diezmo (1/10 parte de su trabajo) para la Iglesia.

- Borrar el pecado original. Nos da pistas para entender este contexto. Adán y Eva tras comer del fruto prohibido quedarán maldecidos; “multiplicaré los trabajo de tus preñeces, con dolor parirás a tus hijos” en el caso de Eva, en Adán; “con tu trabajo sacarás de ella (tierra) tu alimento todo el tiempo de tu vida”… “con el sudor de tu frente comerás hasta que vuelvas a la tierra”. Entonces, el niño ya nacía en pecado y esto proporcionaba fomentar un sentimiento de culpa general y una búsqueda de redención, mediante la cual la Iglesia estableció las indulgencias.

Con el bautismo se podía “contratar la protección sobrenatural por la imposición de un nombre de un santo”. Si el niño nacía un 11 de noviembre, por ejemplo, recibía el nombre de Martín, como el santo que celebraba la Iglesia ese día, esta tradición ha perdurado hasta nuestros días.

Pero estas protecciones no quedaban sólo en los primeros pasos de vida, se alargaban a la actividad laboral, como es el caso de los gremios, en los cuales había un santo protector, igualmente ocurría en las cofradías parroquiales o en las comunidades de vecinos.

Erasmo de Rotterdam en su obra Elogio a la locura nos muestra ese fanatismo y superstición, en las que muchos están sumidos:

“Hay quienes profesan la necia pero grata persuasión de que si miran una talla o una pintura de san Cristóbal, esa especie de Polifemo, ya no morirán aquel día, o que si saludan con determinadas palabras a una imagen de santa Bárbara volverán ilesos de la guerra; o que si visitan a san Erasmo en ciertas fechas, con ciertos cirios y ciertas oracioncillas, se verán ricos en breve.”


También la Eucaristía, centro y origen de la vida cotidiana de la época Moderna; muchos trabajadores acudían a “escuchar misa” antes de empezar con sus empeños. Pero uno de los papeles más importantes lo tiene la misma muerte, su protagonismo es muy fuerte, debido a que la esperanza de vida era muy corta (características nombradas anteriormente en A fame, peste et bello). La vida era entonces una preparación a la otra vida, surge el “buen morir”.

Los difuntos eran como “miembros” más en estos contextos, las iglesias estaban repletas de sepulturas, ésta última idea, nos muestra otra; “la relación entre vivos y difuntos”. Esa comunicación era permanente; los que vivían en la tierra podían pedir ayudas o clemencias a los salvados para que éstos intercedieran, y los que permanecían en el purgatorio (estadio anterior al cielo) podían acceder al cielo (salvación) mediante las peticiones y penitencias de los terrestres. De aquí surgió la idea de:

- Iglesia Militante. Todos los bautizados que no hubieran fallecido.
- Iglesia Purgante. Aquellos que murieron en pecado y tienen que purificarse en un largo purgatorio.
- Iglesia Triunfante. Todos los santos y salvados, que forman parte de la gloria de la Iglesia.

El gran problema, a mi modo de ver, fue que la Iglesia militante, en especial la jerarquía, se identificó con la triunfante y quisieron “hacer de la tierra el cielo”, es decir “se olvidaron” de los grandes problemas del momento y glorificaron su institución, se relajaron en lo que tenía que ver a su vida ( obediencia, pobreza y castidad) y se dedicaron a enorgullecerse de su poder, llenarse de comodidades y riquezas, olvidarse del Evangelio y aplicarlo a su forma y relajar su vida moral y privada.

EGIDO LÓPEZ, TEÓFANES.: Las reformas protestantes, Ed Síntesis, Madrid, 1992.

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